El lenguaje inclusivo no es sexista

En nuestro espacio En voz alta, destinado a un lugar para hacernos escuchar cuando tenemos algo que decir para invitar a la reflexión, hoy compartimos el pensar de Tina Escaja, académica correspondiente de la ANLE e integrante del Consejo Editorial de la RANLE.

Foto de Gerardo Piña-Rosales

Por Tina Escaja*

La Real Academia Española (RAE) vuelve a afirmar su posición contra el lenguaje inclusivo, considerándolo “innecesario”. Tal aseveración confirma la limitación histórica de una institución en la que la ideología se ha impuesto desde sus orígenes, dogmatizando un lenguaje que jerarquiza y excluye. Así en su primera gramática académica de 1771, en la cual se afirma lo siguiente: Si hay necesidad de nombrar dos, ó mas personas á un tiempo, es natu­ral nombrar ántes al varón que á la hembra, como: el padre y la madre: el marido y la muger: el hijo y la hija. Si se nombran pueblos, antes se dice ciudad que villa, y villa que lugar. A esta semejanza deben tener preferencia en el orden de nombrarse otras personas y cosas, que la tienen por mayor dignidad.

El lenguaje definitivamente no es sexista, pero las personas que lo reglamentan sí que lo son, y siguen, y transmiten, una determinada ideología en función de un contexto socio-histórico que en los años de la fundación de la RAE se entiende fuera patriarcal a ultranza, dado que las mujeres apenas tenían entidad legal. Más de tres siglos después de la fundación de la RAE, tanto mujeres como identidades de género no binario cuestionan y deslegitiman dicho planteamiento, exigiendo visibilidad y agencia. No obstante, la RAE sigue minimizando el debate y la realidad de prácticas gramaticales inclusivas que se están llevando a cabo en la actualidad, y lo hace a través de argumentaciones punitivas (“la lengua no es culpable”) u ornamentales (“estropear el idioma”) que contribuyen a minimizar y demonizar las discusiones a propósito de alternativas para un lenguaje inclusivo.

El argumento por parte de la RAE del uso de terminología genérica como “la constitución”, “la libertad”, a modo de palabras “femeninas”, contribuye a seguir desatendiendo la realidad y necesidad de reconsiderar la práctica de un lenguaje que convierte a mil mujeres en hombres una vez que se presenta en la misma sala un sólo varón: “los hombres”. Lo contrario nunca sería pertinente: si en una sala integrada por 1.000 hombres entrara una sola mujer, la transferencia de todos esos hombres a mujeres resulta impensable, no tanto por el supuesto despropósito gramatical sino por la invisibilidad e “insulto” a que serían sometidos los varones.

Se ha escrito mucho al respecto, y sólo voy a contribuir al diálogo compartiendo mi experiencia personal. En el momento en que empecé a utilizar el genérico masculino para referirme a mi hija pequeña y a su hermano transgénero, resultó evidente que el pronombre masculino erradicó de inmediato a mi hija. Dejaron de ser “hijas” para ser “hijos”, legitimando a mi hijo y ocultando la identidad de mi hija. Aquí se presenta otro problema de interpretación literal que desestima la RAE: si yo digo “mis dos hijos”, no se sabe si me estoy refiriendo a dos varones, o a un varón y una hembra; en cualquier caso, la posibilidad de interpretación siempre favorecerá al hombre y potencialmente erradicará a la mujer. El argumento de inteligibilidad semántica a propósito del masculino plural genérico no resulta en absoluto válido, ya que asume que las mujeres, u otras identidades no binarias, entendemos cuándo estamos incluidas o no, lo cual no es necesariamente verdad.

Si bien la RAE está reflejando con precisión y rapidez cambios léxicos y gramaticales vinculados con una sociedad cada vez más informatizada, su insistencia en ignorar las reivindicaciones y usos actuales que se están llevando a cabo a propósito del lenguaje inclusivo refleja su inoperancia e invalida su misión fundacional: la “adaptación a las necesidades de sus hablantes”, y no a un anacronismo ideológico de base sexista.


* Tina Escaja es miembro correspondiente de la ANLE e integrante del Consejo Editorial de la RANLE.