Casualidades y causalidades

No hablo, claro, de lo que algún corresponsal espanglohablante ha calificado de “casualidades de guerra” (casualties, en buen castellano, equivale a bajas), sino de esas casualidades errabundas que ocurren no tanto de manera imprevista —casi a despropósito, digamos—, sino por la desidia o despreocupación de quienes son, presuntamente, profesionales de la noticia.

Por cierto, de CAUSAlidad también vamos a hablar, aunque ya saben ustedes que la causa o causal de estos enredos, tiene que atribuirse al contagio con el anglovirus que sigue y prosigue haciendo estragos por doquier.

Cabría empezar por hacer constar la definición de causal, según el Diccionario de la lengua española (DLE):

  1. m. Perteneciente o relativo a la causa.
  2. f. Razón y motivo de algo. (por ejemplo: “los celos fueron la causal del crimen”).

A las bajas soldadescas, por cierto, hay que sumar las de los propios periodistas que arriesgan la vida en aras de su misión informativa. Ante ellos, con todo respeto y admiración, nos quitamos el sombrero.

Dicho esto, tenemos que hablar ahora de las bajas que sufre el idioma español. Es casi inevitable, dadas las circunstancias, pero hay muchos que ejercen su oficio de siempre, sin apremio ni peligro, y no se molestan en resguardar al idioma de la metralla de dislates que le disparan a diestra y siniestra sin la menor preocupación.

Hasta la saciedad háblannos, por ejemplo, de que no hay pruebas de que Fulano “esté vivo o muerto”, cuando bastaría decir que no se sabe si aún está vivo. La redundancia de “vivo o muerto” vale únicamente en frases de este tenor: “se busca al lingüicida, vivo o muerto”. Evidente es que sin pruebas de que alguien ha muerto, debemos darlo por vivo, ¿no?

Idea: según la pauta reiterativa de hoy, pudiéramos resolverlo así: “¿Fulano estará vivo, muerto, o ninguna de las dos cosas? En todo caso, ejecútesele por si acaso.”

“La ciento una División Aerotransportada” (“101st Airborne”) . ¿Qué bien, eh? Esta redacción, es evidente, nos daría licencia para hablar de “el uno día” del combate en lugar de “el primer día”. O bien de “la tres semana de la guerra”. O del “50 aniversario” en lugar de la voz clásica, “CINCUENTENARIO”. Lo siento, pero el español no recibe esos impactos sin que resienta su espíritu, por no hablar de “bajas” de orden moral. O se usa el ordinal —“La centésima primera división”—, o bien se pone el cardinal donde va, después: “La división ciento uno”.

Otro detalle es lo de “aerotransportada”. Todos los soldados pueden ser aerotransportados. Pero sólo unos cuantos, un puñado de valientes y arrojados, se lanzan en paracaídas sobre el enemigo. O sea que, en puridad de verdad, esas divisiones militares deben denominarse según lo que son: DE PARACAIDISTAS. Una cosa es viajar en el interior de un avión y otra, pónganse a pensar, lanzarse al vacío en paracaídas, cargado de mochila y armamentos. Quien no lo crea que haga la prueba y verá la diferencia.

Luego nos hablan del “flujo de alimentos” para la población civil. Nunca jamás he oído ni leído, en un contexto más o menos cotidiano, de un “flujo de alimentos”. ¿Serán alimentos líquidos, que fluyen río abajo? Tal vez, pero eso me suena más bien a flow que a un pensamiento de origen hispano. Creo que en nuestro idioma ello equivale más bien al abasto o suministro, dejando el famoso flujo para las corrientes líquidas. (Dejemos a un lado el influjo o influencia, que es ya harina de otro costal.)

Bueno, amigos, si ya esto los pone un poco mareados, no se inquieten. En la marea anglicista todos tenemos que aprender a nadar y, si no nos ahogamos, hacer lo posible por flotar y tratar de no ser una casualidad más. Ni menos aun causalidad.