El español hispanounidense

Bien claro lo ha dicho don Darío Villanueva, quien fuera Director de la Real Academia Española: “El español es imparable en Estados Unidos”. Así lo demuestran los órganos de prensa hispanos de Estados Unidos, como parte del pujante periodismo en la lengua de Cervantes.

Empero, el castellano de Norteamérica es también objeto de contaminación y distorsiones orales y escritas influidas por el inglés. Es un hecho curioso que tal fenómeno se denomine Spanglish (a menudo así, con la mayúscula inicial anglómana) o espanglish, a diferencia de casos como portuñol, de morfología y fonética castellanas, y franglais, de etiqueta puramente gala (cuyo equivalente español sería franglés).

Sin negar el derecho que tiene cada uno a expresarse como mejor lo desee, creemos que no habría óbice al apelativo de espanglés, a base del simple hecho de ser perfectamente comprensible, visto que los extranjerismos y voces híbridas tienden a degradar el idioma, su ingénita morfología, ortografía y genio expresivo. Cualquier ojo, por poco avizor, daríase cuenta de que la voz spanglish no se presta precisamente a derivados y, ni siquiera, a la pluralización; por cierto, no hay una sola voz netamente hispana que empiece con sp, ni menos que termine en sh.

Por eso, con todo respeto, es apenas parcial la “castellanización” del término espanglish, incorporado como extranjerismo en el Diccionario de la Lengua Española, DLE. Por mucho que influya el uso, recordemos este elemental principio idiomático: el hecho de que la mayoría se exprese de modo deficiente no suprime el derecho a la eubolia.

Aunque las deformaciones del espanglés pueden clasificarse, en general, en las categorías de léxico, gramática y sintaxis, es este último aspecto el que a la larga resulta más dañino para la lengua. Es decir, la imitación de la construcción anglo produce un claro debilitamiento de la intrínseca esencia del idioma y de su modo de manifestarse. El concepto de mezclar idiomas en función del léxico, la construcción, la fonética, etcétera, no es nada nuevo. Pero sí lo es el aluvión de libros, estudios, artículos, cibersitios y demás que sobre el tema han aparecido en los últimos años. Únicamente para el binomio español-inglés, suman centenares. Sospechamos que, pragmáticamente, el efecto es exagerar la importancia del fenómeno, darle cierta categoría y estatus (voz esta ya aceptada y catalogada en el Diccionario de la Lengua Española [DEL]).

Citemos algunas de las voces y frases híbridas más curiosas

Proseguiremos, en la próxima entrega, con otras curiosidades del habla hispanounidense en su problemática contaminación espánglica.

Segunda parte

En la parte primera hemos dado ejemplos de hispanounidismos muy comunes, por no decir de moda, en estos días espanglófonos. A ellos vamos a agregar los siguientes.

“Empoderar”, “empoderamiento”. Estas voces perfectamente transliteradas del inglés (to empower, empowering) no se justifican en nuestro idioma. Además de los equivalentes “potenciar”, “potenciación”, tenemos “fortalecer”, “fortalecimiento” y, en último caso, “dar poder”. ¿Para qué inventar vocablos de la nada cuando contamos con los ya establecidos que significan lo mismo?

“Membresía/membrecía” es otra castellanización, esta vez de “membership”, engendrada por quienes se creen que no hay término hispano equivalente. Se equivocan: para eso existe la voz “afiliados” y, si no parece encajar bien, puede usarse simplemente “miembros” o “socios”. Si “membership” se refiere a un importe monetario, dígase “cuota”, “cuota de ingreso” o “cuota anual”. Así de sencillo.

La traducción publicitaria

No llegamos a considerar, en la primera parte, un tema de mucho peso: la repetición de frases y voces que llegan a asentarse en el vocabulario colectivo y que, por consiguiente, adquieren gran fuerza en la lengua escrita y hablada. En ello incurren los conceptos publicitarios que, en lugar de adaptarse, se transliteran. Es axiomático que los juegos de palabras, dichos ingeniosos y gracejos que son intrínsecos a la lengua de origen rara vez se prestan a una traducción literal. Los casos que citaremos son ejemplos verídicos tan disparatados que producen efectos negativos, desconcertantes o desopilantes. No hace mucho, una gran empresa cervecera introdujo una lata con “cold indicator” (un segmento del envase se ponía azulado a baja temperatura) y salió al mercado proclamando que tenía “frío indicador”, ¡en vez de “indicador de frío”!

Los muñecos “chocones” (crash-test dummies) que tenían por lema “you can learn a lot from a dummy” y que en aras de la seguridad se publicitaron durante decenios, repetían este lema como si fuera un ingenioso acierto: “usted puede aprender de un muñeco tonto”. La redundancia es tan obvia como el agua destilada. Claro, debieran haber dicho “hasta un muñeco lo sabe” (¡lo tonto era la traducción!).

Está de moda el criterio de que la mezcla con idiomas ajenos tiende a “enriquecer” el nuestro; cierto es que ello comporta cierta atracción filosófico-intelectual en cuanto a mantener una actitud abierta a los cambios e innovaciones. O sea, la tan proclamada “corrección política”, trasladada al campo lingüístico. Pero es cuestionable que a la larga ello sea positivo, pues tiende a socavar y agrietar los cimientos seculares de cualquier lengua y, a fuer de repetición, afianzarse en los más recónditos e insospechados lugares.

Al contrario de lo que muchos piensan, las academias de la lengua, al unísono con sus individuos y afiliados (que no “membresía”), no debieran vacilar ante su deber y responsabilidad de sentar pautas, fijar rumbos y dar paradigmas dignos de émulo.

El espanglés es un fenómeno de limitado alcance que no deberá hacernos mella si, en vez de dedicarle estudios y reconocimientos, le hacemos menos caso y lo combatimos dando buenos ejemplos.

Tercera parte

Antes de proseguir con la traducción publicitaria, cabe hacer una aclaración respeto al término hispanounidense, que hemos usado incluso en el título. Se trata de un neologismo sumamente útil, ya incorporado al vocabulario académico y general. Es una voz “univerbal”1 que suplanta la incómoda y kilométrica frase “hispano de Estados Unidos”, por no hablar de otras en que se emplea para calificar objetos o cualidades del hispano o de su cultura en este país. Como una de las grandes ventajas de toda voz univerbal es posibilitar los derivados, sería acaso conveniente acuñar el término hispanounidismo, ya que estadounidismo pudiera interpretarse como una voz del inglés norteamericano, a diferencia de un britanicismo.

Dicho esto, volvemos al tema de la traducción publicitaria, cuyas cabriolas anglómanas son tan disparatadas como divertidas —si bien no intencionalmente—. Vienen al caso algunos ejemplos más, únicamente para dar idea de las maromas con que mezclan los idiomas y le hacen daño al nuestro.

Nos topamos con un anuncio de ómnibus que ofrece, increíblemente, el siguiente lema: “Para menos. Viaja más”. Ello da mucho que pensar: si su servicio es “para menos”, ¡entonces decididamente sería mejor optar por no utilizarlo! Sin duda la agencia publicitaria pasó por alto esa interpretación, ya que de lo contrario hubiera puesto “párate menos” o “detente menos”.

Una gran cadena de tiendas de ferretería y bricolaje (útil neologismo que equivale a “do it yourself”) ha acuñado el lema siguiente: “Lo puedes hacer… y te podemos ayudar” (traducción obsesivamente literal de “You can do it… and we can help”). La primera parte de ese concepto se expresa en español de manera muy diferente: “Sí puedes”, y la segunda requiere, igualmente, otras versiones, como estas: “con la ayuda nuestra”, o bien “si cuentas con nosotros”, “contando con nosotros”, etc. Lo que le falta, sobre todo, es la exclamación afirmativa , cuya fuerza expresiva en nuestro idioma es impactante.

Es famoso —o infame— el muy cacareado caso de que la marca Chevrolet se equivocó al bautizar a un modelo con el nombre “Nova”, afirmándose que se vendió muy poco en Hispanoamérica debido a que popularmente se le hizo burla diciendo que el vehículo “NO VA”. Muy dudoso resulta ello, puesto que en nuestro idioma existe la voz nova, usada en astronomía desde épocas inmemoriales para designar una estrella que temporalmente adquiere un brillo extraordinario.

En un anuncio de aerolínea una joven pareja nos dice, muy campante, “no podemos esperar” (transliteración de we can’t wait) para aprovechar una promoción de ciertas excursiones. Hombre, si “no pueden esperar” a embarcarse, pues no podrán ir. Lo que quisieron decir es “¡qué entusiasmo!”, “¡qué ganas!”.

Dicho todo esto, cabe advertir también que el giro publicitario ha dado grandes pasos de avance por dirigirse al ciudadano, al consumidor y al mercado hispanounidenses. Ha llegado así a nuevos niveles de calidad, ingenio, inventiva, e incluso a la incorporación de la música nuestra en ciertos anuncios. Lo cual nos plantea la interrogante de por qué las campañas encaminadas al sector hispanounidense no se encargan directamente a una agencia hispana, en lugar de ser tan solo errabundas adaptaciones de la publicidad concebida en inglés.

Así, importa mantenernos en estado de alerta para no dejarnos influir por la traducción literal y la moda lingüística del momento. Si tal cosa fuera virtud, pues felicito con todo entusiasmo a tales virtuosos. Pero repito, el hecho de que muchos lo digan espánglicamente no quita el derecho a decirlo bien, o mejor, a la eubolia. Si no, todos acabaríamos por reverenciar al más común denominador. Con eso, el idioma no iría rumbo a las alturas, sino a las hoyas.

Mantendremos a nuestros lectores al tanto de las idas y venidas de la lengua de Cervantes en este proceloso mar publicitario y noticioso, pues importa que sepamos sostener a flote el genio del idioma y evitar que zozobre en una marea de disparates.

Así nos lo exige el respeto a nuestra cultura y a nuestras tradiciones.


1 Es voz cuya inclusión en el DLE acaso debería considerarse, ya que resulta sumamente útil precisamente para evitar circunlocuciones como “de una sola palabra”, y en el caso de pluriverbal , “de más de una palabra”. El Diccionario de terminología lingüística actual, de Werner Abraham (Editorial Gredos, Madrid, 1981), recoge univerbación, que define así: “Unificación de palabras […] p. ej. sordomudo”. Las voces univerbal y pluriverbal, de clarísimo significado, constituyen lógicos derivados de univerbación.