Entrega del Premio Anderson Imbert 2015 a Manuel Durán

Manuel Durán, profesor emérito de la Universidad de Yale, autor, crítico literario e innovador de la poesía, recibió el Premio Nacional “Enrique Anderson Imbert” 2015 que otorga anualmente la ANLE para reconocer la trayectoria de quienes han contribuido al conocimiento y difusión de la lengua y las culturas hispánicas en Estados Unidos.

El destacado escritor español, que formó parte de un fructífero grupo de intelectuales españoles exiliados en México durante la guerra civil de su país y el avance nazi en Europa, fue reconocido “por su ejemplar fecundidad poética y ensayística, su trayectoria educativa como investigador, crítico y profesor universitario e impacto general en el mundo de las letras para el conocimiento y difusión del idioma y las culturas hispánicas en los Estados Unidos, además de constituir una vida ejemplar por su extraordinario esfuerzo de superación desde las condiciones más adversas”.

El director de la ANLE, Gerardo Piña-Rosales, le entregó el premio que la más joven de las 22 academias de la lengua española en el mundo otorga por cuarta ocasión. Los ganadores de las tres ediciones anteriores fueron Elias Rivers, catedrático emérito de la Universidad del Estado de Nueva York en Stony Brook (2012), Saúl Sosnowski, profesor en el Departamento de Español y Portugués en la Universidad de Maryland (2013) y Nicolás Kanellos profesor de estudios hispánicos en la Universidad de Houston y director de Arte Público Press (2014). Durante el mismo acto, Manuel Durán recibió el diploma de miembro Correpsondiente de la ANLE.

La ceremonia se llevó a cabo el viernes 18 de septiembre, en el Centro Español La Nacional, una asociación sin fines de lucro fundada por españoles en Manhattan en 1868.

Piña-Rosales destacó la “ejemplar feracidad poética y ensayística” del homenajeado, que se dio gracias a “la simbiosis cultural que se produjo durante su estancia en México”, donde llegó a ser colaborador de Octavio Paz, y posteriormente a su destacada carrera académica y literaria en Estados Unidos, país en el que se doctoró en letras por la Universidad de Princeton y donde después ejerció la docencia durante décadas en la Universidad de Yale.

El secretario general de la ANLE, Jorge Ignacio Covarrubias, y Porfirio Rodríguez, miembro correspondiente de la academia, tuvieron a su cargo la presentación. El doctor Durán, nacido en Barcelona, sobrellevó penurias con su familia cuando, huyendo de las conflagraciones europeas, estuvo internado en Casablanca hasta que pudo llegar a México. Allí se fue abriendo camino, estudió filosofía, se recibió de abogado y finalmente, ya en Princeton (EE.UU), completó su doctorado en letras en apenas un año bajo la dirección del legendario autor y profesor español Américo Castro. Fue locutor de radio, escribió libretos de televisión y se desempeñó como intérprete en las Naciones Unidas. Es autor de 50 libros y 300 artículos sobre temas literarios, muchos de ellos sobre el Siglo de Oro español. En Yale llegó a ser director de estudios graduados y finalmente jefe del departamento de español y portugués.

Durante la presentación, se le preguntó por qué en su poesía era difícil encontrar alusiones al exilio y a la guerra, a lo que el doctor Durán respondió: “Es cierto que en mis primeros libros hay ecos de nostalgia, si bien controlada. La tragedia de España no aparece. Esto es deliberado. Yo quería ‘saltar hacia el porvenir’ y no dejarme abrumar por los recuerdos de la guerra y la derrota. (No hay que olvidar que un poeta, un gran poeta, como lo fue Jorge Guillén, dedica en su vasta obra un poema, uno solo, a la situación de España bajo Franco, Potencia de Pérez.) Traté luego de dar a mi poesía un tono más impersonal, incluso más abstracto; es la época de los haikus, que ha durado hasta hoy”.

En un interesante paseo nostálgico que tituló Reflexiones de un profesor distraído, el homenajeado, de 90 años de edad, regaló al público algunas anécdotas de hechos salientes de su vida y reveló que en unas pocas ocasiones apeló juguetonamente a un recurso adivinatorio para ver qué le deparaba el destino. Explicó que, al igual que los cristianos solían abrir la Biblia al azar para encontrar respuestas a sus interrogantes, dudas o penas, decidió hacer lo mismo con textos literarios, y apeló a páginas abiertas al azar de la Eneida, José Emilio Pacheco y Roberto Juarroz.

Afirmó finalmente que en una etapa avanzada de su vida en que había logrado todos sus objetivos con creces, “me dije ‘hay que pasarlo bien. Voy a gozar de la vida. Tengo una esposa estupenda, dos hijos superiores. Pero falta algo para terminar con un broche de oro”. Y abrió al azar un libro de poesías donde se topó con el poema En paz, de Amado Nervo, que comienza con los versos “Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida, / porque nunca me diste ni esperanza fallida, / ni trabajos injustos, ni pena inmerecida; / porque veo al final de mi rudo camino / que yo fui el arquitecto de mi propio destino”, y concluye con el pareado “Amé, fui amado, el sol acarició mi faz. / ¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!